martes, 1 de mayo de 2012

Crisis y crecimiento económico: ¿confundiendo causas con efectos?

Deberíamos aprovechar la situación actual de crisis que estamos atravesando para re-estructurar nuestros sistemas y establecer las bases que eviten que episodios como este, o incluso considerablemente peores, se desplieguen en el futuro.

Sin embargo, para ello parece imprescindible el acertar con el diagnóstico de las causas y los orígenes, y lamentablemente, a la vista de las señales que nos llegan desde nuestros políticos parece que todavía estamos lejos de esta situación.

Uno de los elementos básicos es cómo evaluamos nuestro estado de desarrollo o evolución como sociedad, y qué requerimientos tiene el sistema económico que configuramos para mantenernos en la evolución deseada.

El PIB (producto interior bruto) es el principal indicador  empleado para medir el crecimiento económico, implícitamente asumiendo que este está relacionado con el desarrollo/evolución de nuestra sociedad, y el sistema económico que hemos estructurado es tal que requiere de un crecimiento continuo del PIB para funcionar 'correctamente', esto es, para dirigir la evolución de nuestra sociedad en la dirección 'deseada'.

Sin embargo, este punto de partida entorno al cual estructuramos actualmente nuestros sistemas económico, político y social presenta grandes lagunas estructurales que condicionan tanto el desarrollo/evolución de nuestra sociedad, como incluso la capacidad de diagnosticar las causas que nos condujeron a la situación de crisis, y por tanto nuestra capacidad de acertar en las medidas para salir de ella.

Una de estas lagunas es el requerimiento de nuestro sistema económico de evolucionar con tasas positivas y mantenidas de crecimiento, y por tanto con una estructura de crecimiento exponencial. Si el PIB de nuestra economía deja de crecer, nos dicen que entramos en 'recesión' y que estamos en crisis, y la mayoría de las medidas que se articulan para salir de esta situación van dirigidas a producir un crecimiento del PIB.

Sin embargo, es bastante evidente que en un entorno (planeta Tierra) con una cantidad de recursos finitos, el crecimiento exponencial es IMPOSIBLE de mantener, y por tanto mientras nuestro sistema económico esté estructurado entorno a la premisa del crecimiento exponencial mantenido, estamos abocados al colapso de dicho sistema, atravesando sucesivos periodos de crisis con intensidad incremental. El hecho de que en el pasado/presente se pudieran mantener en algunos países estas tasas de crecimiento constante del PIB, responde al hecho de lo alejados que se encontraban estas economías de los límites que nos imponen las condiciones de contorno en las que nos desarrollamos, y de que estos crecimientos estaban soportados por el uso de recursos propios y ajenos, es decir, que la huella ecológica asociada al desarrollo de estos procesos excedía la disponibilidad de recursos propios y echaba mano de recursos ajenos.

En el estudio Energía 3.0 publicado por Greenpeace se desarrolla una particular cuantificación de esta situación: Aunque en España disponemos de recursos renovables suficientes para cubrir toda nuestra demanda energética actual y del futuro cercano, si nos mantenemos en una senda de crecimiento continuo, eventualmente llegaremos a agotar todos nuestros recursos renovables, y por tanto, nuestro sistema energético, incluso si está basado en energías renovables, será insostenible.

De hecho resulta indicativo el hecho de que un sistema que requiere de un crecimiento exponencial para mantenerse nunca se llega a hacer mayor, y por tanto nunca constituirá un sistema maduro.

La otra gran laguna es la del propio indicador que empleamos para medir el desarrollo/evolución de nuestra sociedad: El PIB. Si este indicador está mal elegido y no es un buen indicador de lo que queremos medir, es decir, el crecimiento y bienestar de nuestra sociedad,  y dado que es el indicador por excelencia en el que se apoyan nuestros gobiernos para tomar las decisiones, nos encontramos ante la peligrosa situación de estar confundiendo causas con efectos, y por tanto disminuyendo de forma muy importante las posibilidades de que las medidas adoptadas nos saquen del periodo de crisis y nos encaminen hacia una senda de sostenibilidad.

Hasta muy recientemente, la hegemonía del PIB como indicador del estado de nuestra economía y bienestar ha sido muy poco cuestionada, limitándose la crítica a ciertos sectores con peso relativamente pequeño en los aparatos de toma de decisión. Sin embargo, desde que en el 2008 se lanzara la Comisión sobre la medida del crecimiento y el bienestar, impulsada por el gobierno Francés, y liderada por los premios Nobel de economía Joseph Stiglitz y Amartya Sen, así como la publicación en el 2011 del libro 'Mismeasuring Our Lives: Why GDP Doesn’t Add Up, Joseph Stiglitz, Amartya Sen and Jean-Paul Fitoussi', ha empezado a extenderse de forma significativa la concepción de que el PIB no resulta un indicador adecuado. Curiosamente, dado a las fuertes implicaciones políticas de qué es lo que debe incluirse en el indicador que represente de forma adecuada la evolución de nuestro crecimiento y bienestar, no está nada claro que sea posible el adoptar un indicador homogéneo para todas las economías del planeta, pero a nivel nacional, varios países están trabajando en su propio indicador para contribuir a guiar de forma más adecuada las políticas.

En este punto quería profundizar un poco en un aspecto que me parece muy importante, que es el acertar en la relación causa-efecto de los indicadores que empleamos para diagnosticar el estado de nuestros sistemas. ¿qué ocurriría si llegáramos a la conclusión de que en lugar de que el estancamiento actual del PIB sea la causa de la crisis que estamos atravesando, fue el crecimiento del PIB en el pasado el que nos condujo a esta situación de crisis? Probablemente las medidas que adoptaríamos para enfocar la salida de este episodio que estamos atravesando sería muy distintas a las que se barajan en la actualidad, destinadas a recuperar el crecimiento del PIB. En efecto, si ese crecimiento del PIB fue la causa que nos condujo a la situación actual, ¡vaya ganas de seguir alimentando el proceso para que el siguiente batacazo sea todavía más fuerte!

La figura mostrada a continuación pretende ayudar a ilustrar conceptualmente porqué podría darse el caso de que el uso del PIB para diagnosticar la situación actual y guiar las acciones de cambio, lejos de ayudarnos a salir del proceso de crisis, pueda contribuir a acentuarlo más.

La figura compara dos situaciones: a la izquierda lo que denominaremos un sistema económico NO inteligente, y a la derecha un sistema económico inteligente.

En términos del PIB (barra azul claro), el sistema NO inteligente tiene un desempeño significativamente superior al del sistema inteligente. Sin embargo, más allí de que el PIB no es un indicador completo del crecimiento y bienestar real de una sociedad, puede llegar a incluir con valoración positiva elementos que van en contra de ese crecimiento y bienestar real de la sociedad. Un ejemplo típico que se menciona para ilustrar esta situación es el correspondiente a la necesidad de remediar una catástrofe ambiental como un vertido masivo de productos tóxicos: En conjunto, el episodio de contaminación ambiental, presenta una contribución positiva al PIB por todas las actuaciones y servicios que desencadena para corregirlo, pero en balance neto, el impacto del episodio de contaminación ha sido negativo por reducir nuestros recursos, tanto económicos, como físicos, como de capital natural.

Otro claro ejemplo que se encuentra en las raíces del episodio de crisis que estamos atravesando en nuestro país es el despilfarro asociado a la construcción, bajo la burbuja inmobiliaria, de un parque de edificios de mala calidad y altamente ineficientes, que a pesar de haber constituido un despilfarro de recursos en el pasado y de hipotecarnos a unos elevados consumos energéticos en el futuro, en su momento fueron una de las principales contribuciones a las elevadas tasas de crecimiento del PIB que nos hacían creer que nuestro sistema económico funcionaba adecuadamente, pero que en el fondo, no eran más que un reflejo de la gestación del periodo de crisis que estamos atravesando.



En la figura de arriba, de forma cualitativa, se complementa el PIB con aquellas otras dimensiones que escapan al PIB para confeccionar un indicador completo de desarrollo económico y progreso social.

La primera de estas dimensiones sería el propio bienestar material que el PIB mide de forma incompleta, incorporando elementos no valorados por los mercados desde el punto de vista de la producción, y dándole una orientación desde el punto de vista de los ciudadanos en lugar del punto de vista de la producción valorada por los mercados que usa el PIB. En esta dimensión, la contribución del sistema económico NO inteligente sería negativa, al valorar parte de las externalidades asociadas a su impacto que escapan del valor del PIB, mientras que el sistema económico inteligente presenta una contribución positiva.

La segunda dimensión adicional sería la calidad de vida, asociada a las condiciones objetivas en que se encuentra la gente y a libertad para tomar las opciones que el sistema podría ofrecer. Incluye elementos como el acceso a la sanidad y la educación, la posibilidad real de elegir en temas como el trabajo o la vivienda, y elementos como la seguridad económica, entre otros. También en esta dimensión, mientras el sistema económico NO inteligente presenta un impacto negativo, el sistema económico inteligente sigue contribuyendo a su impacto total positivo.

Y la tercera dimensión sería la sostenibilidad, por lo que se refiere la variación de los stocks de capital humano, social y natural. Mientras el sistema económico NO inteligente merma estos recursos sin contabilizarlos en su indicador (constituyen externalidades), comprometiendo por tanto la posibilidad de mantener el bienestar presente durante las generaciones futuras, el sistema económico inteligente cuida y potencia estos stocks, posibilitando mantener los niveles de bienestar a lo largo del tiempo.

En definitiva, ,al sumar todas las contribuciones del indicador global de desarrollo económico y progreso social (parte inferior de la figura), vemos cómo el sistema económico NO inteligente presenta una contribución global negativa, lo cual, si fuera el caso, nos debería haber hecho pensar que esos años pasados de aparente bonanza económica, realmente constituían la gestación del episodio de crisis actual.

Al observar con una óptica completa las implicaciones del sistema económico NO inteligente, sacaríamos la conclusión de que nos está dirigiendo hacia una senda de crisis y eventual colapso total. Por contra, un sistema económico inteligente nos dirige hacia una senda de maduración y bienestar, en la cual la evolución natural conduce a hacerse mayores, sin ese requerimiento de crecimiento continuo y exponencial que caracteriza al sistema económico NO inteligente.

De todo esto podemos concluir la importancia de emplear los indicadores adecuados para evaluar nuestro desarrollo económico y progreso social, no vaya a ser que confundamos causas con efectos y nos dediquemos a incentivar medidas y estructuras que no hagan más que dirigirnos hacia episodios de crisis de mayor intensidad.


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