domingo, 20 de mayo de 2012

Ya toca 'darle la vuelta' a los sistemas energético, económico y político

¿Y si la clave estuviera en ‘dar la vuelta’ a los sistemas en los que estamos organizados, cambiando las atribuciones y relaciones entre las piezas que los componen?

En el estudio Energía 3.0 entendemos que este es uno de los elementos que permiten liberar toda una seria de mecanismos de respuesta rápida, capaces de reencauzar nuestro sistema energético hacia la sostenibilidad en los cortos plazos de tiempo disponibles, y que en el fondo no es más que la consecuencia de un proceso de maduración social, tecnológica y como individuos, que nos permite evolucionar desde los sistemas gobernados por la oferta en los que estamos organizados, hacia sistemas gobernados por la demanda capaces de ajustarse a las condiciones de contorno a las que estamos sujetos al mismo tiempo que permiten mejorar la accesibilidad a los servicios que necesitamos.




Probablemente, cuando nos empezamos a organizar como sociedad configurando los sistemas económico y energético actuales, no había otra opción que la de los sistemas gobernados por la oferta que tenemos ahora. La inmadurez del sistema social, y la percepción generalizada de recursos ilimitados (el capital de recursos físicos y ambiental se percibía como ilimitado, y por tanto no había derechos de propiedad repartidos entre el conjunto de la sociedad, dejando que su propiedad quedara en manos de los que decidían ‘explotarlos’, y que nos auto engañáramos con la falacia de la externalización de todos los impactos sobre los mismos), no dejaban otra opción que la del enfoque centralizado y gobernado por la oferta, en la que los ‘emprendedores’ tomaban las riendas y se erigían en los representantes del conjunto de la sociedad para gestionar esos recursos en su beneficio propio a cambio de suministrar a la sociedad, por un ‘módico precio’, los servicios que esta necesitaba. Incluso lo interpretábamos como progreso, tanto desde el lado de la oferta como del de la demanda, lo cual refuerza la idea de que probablemente en esos estadios iniciales no había otra opción que la de habernos organizado así.

Para establecerse y poder evolucionar, estos sistemas gobernados por la oferta han requerido de un sistema económico y político que estuvieran alineados con los objetivos de generación de beneficio cortoplacista de unos pocos sin tener en consideración las repercusiones sobre el interés general a largo plazo, y establecer como pilares generales la propiedad y la incentivación del híper-consumo, poniendo el énfasis en la venta de productos (frente al suministro de servicios), que si bien han sido capaces de satisfacer la mayoría de los servicios requeridos por la sociedad (al menos por una parte de la sociedad), pero lo han hecho con una gran ineficiencia y rigidez, lo cual evidentemente es mejor que nada (y aquí se nos vende la idea de progreso), pero sin duda bastante peor del óptimo al que podemos aspirar. Sin embargo, en un contexto con una demanda inmadura, sin capacidad de tomar las riendas de la gobernanza de los sistemas y de implicarse responsablemente en su configuración y operación, el enfoque gobernado desde la oferta (sin participación activa de la demanda), probablemente no tenía ninguna otra opción de estructuración que la que ha seguido.

Pero el sistema social se está haciendo mayor, a lo cual sin duda contribuyen de forma significativa las señales que recibimos de otros sistemas, como el climático y económico, dándonos una clara indicación de que estamos sobrepasando los límites que nos imponen las condiciones de contorno a las que estamos sometidos, y que por tanto resulta imprescindible modificar la estructura de nuestros sistemas para organizarnos de una forma más eficiente.

Y llegados a este punto conviene pararse a analizar sin prejuicios los aspectos e implicaciones de los sistemas gobernados por la oferta que requerirían ser modificados para establecernos en una senda de sostenibilidad:

·         Los sistemas centralizados y gobernados por la oferta llevan implícitos un fuerte requerimiento de sobredimensionado, y unas consecuencias de ineficiencia en el uso de los recursos y rigidez en la cobertura de la demanda de servicios. En efecto, la demanda es la parte grande del sistema, con diferencia, y además tiene un carácter fuertemente distribuido. Por tanto, al minimizar su implicación tanto en la definición como en la operación del sistema (como hacen los sistemas gobernados por la oferta), la cobertura de la demanda de servicios no se puede hacer de otra forma que a ‘cañonazos’ e introduciendo fuertes servidumbres (rigideces) en la demanda. Una visualización de esta situación, es ese autocar que además de introducir fuertes servidumbres sobre la demanda en términos de horarios y emplazamiento de las paradas, acaba paseando en un vehículo de 60 plazas a una única persona por una trayectoria mucho más larga de la que necesitaría (recorriendo el conjunto de paradas): Evidentemente existe un amplio margen de mejora, tanto en cuanto a la reducción de las servidumbres y por tanto a la mejora de la accesibilidad al servicio solicitado, como desde el punto de vista de la eficiencia en el uso de los recursos empleados para proporcionar el servicio, pero también es cierto que sin una implicación activa de la demanda (lo cual requiere, entre otras cosas, un cierto grado de madurez de la misma) probablemente no había otra forma de organizarse para proporcionar la cobertura del servicio.
·         Existe una gran limitación de gobernanza en los sistemas gobernados por la oferta, entendiendo por gobernanza la capacidad del conjunto del sistema social de coger las riendas y alinear el sistema en la dirección del interés del conjunto de la sociedad: La participación activa de la demanda, ha sido excluida en el propio planteamiento de los sistema gobernados por la oferta, estructurándose las interacciones principales de forma unidireccional desde la oferta hacia la demanda.
·         Las ineficiencias de los sistemas gobernados por la oferta eliminan la posibilidad de generación de valor compartido, que si bien como su valor indica dicho valor generado debe compartirse entre oferta y demanda, pero al eliminarlo de raíz por excluir la participación de la demanda, la propia oferta pierde este potencial de generación de beneficio.
·         La falacia de mandar todos los impactos al cajón de las externalidades es una gran mentira que tanto el sistema climático como económico se están encargando de evidenciarnos de forma contundente. Esto, por un lado conduce a unas muy bajas prestaciones en términos de economía global de los sistemas gobernados por la oferta, por lo que dejan un amplio margen de mejora, y por otro lado está conduciendo a generar desconfianza de la demanda en los actores de la oferta, que probablemente esté contribuyendo al proceso de maduración de la demanda.
·         Los sistemas gobernados por la oferta se han edificado en gran medida sobre desigualdades, con unos pocos haciendo uso de los recursos de todos, lo cual, además de la injusticia sobre la que se asienta, conduce a una situación de inestabilidad creciente, que probablemente también constituya un ingrediente del proceso de cambio: El desafío es gobernar esta fuerza de cambio para conseguir que sea constructiva en lugar de destructiva (el batacazo que se puede llevar el triángulo de la figura al evolucionar desde la situación inestable actual a una situación estable puede ser tremendo si no somos capaces de encauzar la transición)
·         Por último, los sistemas gobernados por la oferta a menudo edifican sobre tecnologías de acceso a unos pocos, lo cual es en gran medida implícito a la estructura básica de estos sistemas, donde la ‘competitividad’ exige limitar al máximo la horizontalidad. Por tanto, no debe extrañarnos que el proceso de maduración de los sistemas a menudo vaya gobernado por un cambio de tecnologías hacia otras de acceso al conjunto de la sociedad.

La maduración social, tecnológica y como individuos nos permite iniciar ya el proceso de transición desde los sistemas gobernados por la oferta hacia los sistemas gobernados por la demanda, que además de solucionar los inconvenientes anteriormente apuntados, mejorando de forma muy importante la accesibilidad a los servicios demandados con un uso mucho más eficiente de los recursos,  nos proporciona acceso a mecanismos de cambio rápidos que nos permitan estabilizar nuestros sistemas de forma compatible con las condiciones de contorno a las que estamos sometidos en los plazos de tiempo disponibles. Este acceso a mecanismos de respuesta rápida es MUY importante en la situación actual, en la que estamos viviendo de las rentas inerciales del sistema climático, en el peligroso contexto de sus mecanismos no lineales, pues ya excedimos el límite de las condiciones de contorno que nos impone. La capacidad de los mecanismos de respuesta rápida de permitirnos regresar dentro de los límites de las condiciones de contorno a las que estamos sometidos antes de que se desaten los impactos negativos de las no linealidades de los sistemas que fijan estas condiciones de contorno, es un privilegio, a modo de última oportunidad, que deberíamos ser capaces de reconocer a tiempo.

El despliegue de inteligencia por los sistemas es una de las características distintivas de este proceso de maduración y transición hacia los sistemas gobernados por la demanda. Una comunicación bidireccional y efectiva entre las distintas partes que componen los sistemas, elemento fundamental para articular la incorporación de la demanda en la definición, estructura y gobernabilidad de los sistemas, y unas estructuras relacionales que permitan alinear el objetivo final de accesibilidad a servicios con el uso óptimo de los recursos para proporcionar estos servicios y con la sostenibilidad de los mismos, son manifestaciones de este despliegue de inteligencia.

La evolución de un sistema económico parcial (preocupado tan solo de la producción valorada en términos monetarios), a un sistema económico completo que incorpore tanto en sus indicadores como en su estructura el conjunto de las dimensiones de bienestar material, calidad de vida, elementos medioambientales y sostenibilidad; con una transición de las economías basadas en el híper-consumo de productos a otras estructuradas entorno a la accesibilidad a los servicios, capaces de maximizar la generación de valor compartido entre todos los integrantes del sistema económico; explotando el potencial de los planteamientos de consumo y trabajo colaborativos; y con una contundente gobernabilidad social que reconduzca la situación actual (la sociedad al servicio del sistema económico) hacia el punto de partida original que da sentido a la razón de ser del sistema económico: un sistema económico al servicio de la sociedad que permita cubrir la demanda de servicios con un uso óptimo de los recursos disponibles para este fin.  

Si recapacitamos un poco en todo lo que nos rodea, nos daremos cuenta de que hay muchos frentes en los que avanzar en este proceso de transición. Incluso en elementos a priori tan ‘asépticos’ como en la propia estructuración del trabajo, podemos observar un gran distanciamiento de los contextos colaborativos que permitirían optimizar la cobertura de la demanda de servicios con un uso óptimo de recursos y con el máximo beneficio para el conjunto, permitiendo que cada uno de nosotros aportara lo más beneficioso para el conjunto. El contexto actual en el que nos encontramos es bastante distinto, indicando una ausencia de despliegue de inteligencia colectiva por estos ámbitos. Nos hemos rodeado de una sinrazón de banderas y banderitas a las que rendimos pleitesía, y que en aras de conceptos como la competitividad o el ‘si no lo hago yo que no lo haga nadie’,  permitimos que determinen la dirección de la fuerza resultante con la que contribuimos a los sistemas en los que estamos organizados, por más que esta empuje en una dirección totalmente opuesta a la de los objetivos finales del bien común.

Quizás todo es ‘tan sencillo’ como el que nos deshagamos de esas banderas y banderitas en exceso, y que aprendamos a alinear esfuerzos en la dirección del bien común. Las herramientas ya las tenemos disponibles, y señales no faltan para convencernos de que tanto a nivel individual como colectivo podemos contribuir a potenciar ese despliegue de inteligencia y maduración, y es más, a que quizás ya arrancó ese proceso de transición.




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